La agilidad organizacional es la capacidad y la voluntad de una organización para adaptarse, crear y aprovechar el cambio en beneficio de sus clientes.}
Aunque la agilidad organizacional cubre muchas variaciones en las prácticas de gestión, sorprendente convergen en torno a tres leyes:
La ley del cliente: una obsesión por deleitar a los clientes agregando continuamente valor para los clientes y usuarios, así como un reconocimiento de la necesidad actual de generar valor instantáneo, íntimo y sin fricciones a escala. El cliente ahora se ha convertido en el jefe.
La ley del pequeño equipo: la presunción de que, en un mundo volátil, complejo, incierto y ambiguo, los problemas grandes y difíciles deben desglosarse en pequeños lotes y ser realizados por pequeños equipos autónomos multifuncionales, que trabajen de forma iterativa en ciclos cortos en un estado de flujo, con comentarios rápidos de los clientes y usuarios finales.
La ley de la red: toda la empresa funciona como una red interactiva, no simplemente como una burocracia de arriba hacia abajo con unos pocos equipos que implementan herramientas ágiles y procesos. Se necesita un esfuerzo continuo para nutrir y reforzar una cultura organizacional, que incluya todo, desde el liderazgo, la estrategia y los valores hasta la incorporación, la capacitación, las comunicaciones y la gestión de personal.
Lograr la innovación continua depende de una mentalidad emprendedora que impregne la organización. Cuando las herramientas de gestión y los procesos se implementan sin la mentalidad necesaria, se observaron pocos beneficios, si es que hubo alguno.
El cumplimiento de las tres leyes es clave para mantener la agilidad organizacional. Ninguna de las prácticas de manejo que he observado son nuevas. Lo único nuevo y diferente es la forma en que los objetivos, las prácticas y los valores de gestión constituyen un enfoque coherente e integrado de la innovación continua, impulsado e impregnado por una mentalidad emprendedora generalizada.